sábado, 26 de noviembre de 2016

Por: Rosa María Ramírez Reyes el
 Una llamada, el sollozo del amigo, la noticia, me deja sin palabras, nunca quise imaginar cómo sería este momento, porque si alguien tenía que eternizarse era él, el más grande y puro de los hombres. Todavía creo que no puede ser, su muerte no es verdad, me aferro a ello como lo hace una hija desconsolada. Es una mala jugada del destino dice mi madre, yo confirmo no puede ser.

Esta es la crónica que nunca debí escribir, porque su partida física es extremadamente dolorosa, lo confieso.

Fidel es ese gigante al que un día tuve el privilegio de abrazar, como lo hicieron cientos de miles, millones de hombres y mujeres, a lo largo de estos años. Fidel es artífice de cada progreso de la gente humilde, y buena. Fidel es verbo pulcro, directo.

Fidel siempre al lado del pueblo para decirle la verdad, para instarlo a resistir pese a la adversidad, para enseñarnos a las mujeres a cocinar con aparatos modernos, para decirnos que dejaba los puestos al frente del país y convertirse en soldado de las ideas. Nada faltó en su mensaje llano, de padre bueno, de guía auténtico.

Lo mismo en medio de un ciclón, que en festejos ahí estaba él, de verde olivo impecable con el dedo erguido señalando el futuro desde un presente de luchas, con natural sonrisa, pegando la mejilla a la obrera, la niña o la profesional, extendiendo la mano al negro carbonero, al intelectual, al cubano común.

Orador sin igual hacía temblar cualquier cumbre, y con palabras enérgicas expresaba el sentir de los pueblos, solo él podía hacerlo también. Llevaba sobre sí un largo historial que le permitía exigir, denunciar, pero no desde el banco pasivo, si no desde el sitio de los luchadores. Hasta los mismos yanquis tenían que escucharlo.

El Comandante Fidel tenía el don de acaparar los titulares de cualquier medio, privado o estatal, su excelsa figura signaba las pantallas y primeras planas con un poder singular que solo alguien como tu puede hacerlo.

Desafiador de lo imposible, Fidel ganó los grados de Comandante en los días y las noches de la lucha armada, en la Sierra. Cada paso por la historia tiene impregnada su mágico andar, no hay un momento de cubanas y cubanos desde el siglo pasado en el que falte su hálito.

Gladiador de la vida, nos mostró que a cada circunstancia hay que ponerle el pecho y crecerse, que nada ni nadie puede entorpecer la marcha victoriosa de los ideales justos.

Me refugio en cada momento de mis años para saberte ahí con tus huellas firmes, diciéndome al oído no parto estoy en cada aurora de mi gente, la de ayer, la de hoy y la de mañana. Así es mi Comandante no te vas, te quedas entre nosotros, en el corazón como el gran padre que amó a sus hijos y lo dio todo, todo, por ellos. 60 años después de partir de Tuxpan en el Granma dejas de respirar y pasas al altar de los indelebles como el más bravo peleador por la dignidad plena de mujeres y hombres.

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